EL ENCUENTRO CON UN TANATOPRAXICO
Por Juliana Arenas Suárez
Con la necesidad de indagar sobre el oficio
de un conductor fúnebre, allí me encontraba yo, a las afueras de un hospital
esperando a un completo desconocido, digo en un hospital porque por más increíble que parezca, en la funeraria no se
encontraba nadie que hiciera este oficio, todos estaban recogiendo cadáveres en
diferentes partes de la ciudad. Entonces recordé que siempre que pasaba por las
urgencias de dicho lugar había un carro fúnebre afuera, por eso sin pensarlo
dos veces decidí irme para allí, sin embargo, al querer hablar con alguien de
profesión tan particular era inevitable para mi esperar el rechazo, mientras
las ambulancias salían y entraban, imaginé una y otra vez las palabras del
conductor “en este momento no puedo”.
En la salida, junto a mí, algunas personas lloraban amargamente, no sé
si era por el dolor de ver un familiar enfermo o porque al igual que yo
esperaban al coche fúnebre, solo que ellos no estaban por el conductor, sino
tal vez por un padre, un hijo o una
esposa, por lo que fuera su llanto era perturbador. Al otro lado de la calle
pasaban vehículos constantemente, entre ellos un par de chivas con gente
alicorada disfrutando de la noche de sábado, completamente enajenados del dolor
de los que estaban a mi lado y del temor que sentía yo al estar ahí tan rodeada
de gritos, heridos, muertos y algunos vivos que no dejaban de vigilar mi
presencia en el lugar. Una hora había pasado en ese sitio observado el
incremento del dolor de las personas, ya no podía soportar más del ambiente y
estaba a punto de marcharme cuando por fin llegó el tan esperado sujeto en tan
imponente carro, rápidamente me acerqué y amablemente le pedí que me contestara un par
de preguntas, él me miró como si yo estuviera bromeando al querer entablar una
conversación en un espacio como ese. Sin embargo, al ver que yo estaba hablando
muy enserio, me respondió.
- Podríamos
bajar hasta la funeraria para hablar con más tranquilidad.
Su respuesta me perturbó porque no comprendí si lo que pretendía era que me
fuera con él hasta ese lugar o si me estaba invitando a alcanzarlo allí, por eso solo se me ocurrió preguntarle;
- ¿En una hora
estará bien?
- Está perfecto, me dijo.
Bajé hasta la funeraria, la cual estaba a 15
cuadras del hospital, mientras caminaba pensaba una y otra vez cómo me
dirigiría a él para no parecerle extraña. Fue curioso ver cómo se me adelanta el carro funebre conducido
por el sujeto con el cual había cuadrado una cita minutos antes, llegué al
lugar y efectivamente allí estaba el hombre, yo lo miré y él se acercó
diciéndome:
-Cuénteme señorita, ¿Qué es lo que desea
saber?
Su rostro era delgado, bastante pálido,
supongo que de tanto llevar muertos empezaba a lucir como uno, un bigote negro
y espeso me impedía ver algunos gestos de su boca, su traje muy elegante por
cierto, como esos que luce la gente cuando va para fiestas.
-Trataré de no quitarle mucho tiempo, solo
quisiera que comentara un poco sobre su
oficio. (Tanto que lo pensé en el camino y solo eso fui capaz de decirle eso)
-Bueno, aquí nos conocen como “los asistentes
de servicio” porque cada funeraria nos denomina distinto.
Me llevé una gran sorpresa cuando el hombre
afirmó;
-La función de nosotros es hacer de todo un
poco.
Siempre me había imaginado que estas
personas solo se encargaban de manejar el cortejo fúnebre y en el resto de
tiempo estarían a la espera de que les avisaran a dónde ir a recoger un nuevo
cuerpo, pero resultó ser diferente.
Tuve que repetirle una y otra vez que era una
persona común y corriente, que no estaría comprometido por nada de lo que me
contara, porque este hombre estaba muy inquieto con mi presencia, tal vez
porque como dice él, no todos los días te espera gente para preguntarte por tu
oficio sin ser de una entidad de salud o de algún control de calidad. Tal vez tenía
miedo de ser imprudente con sus afirmaciones, porque al parecer es un oficio
bastante reservado y competitivo, al final de la conversación comprendí porqué
estaba tan nervioso con mi presencia.
Resulta
que estos hombres que aparentemente solo manejan un vehículo transportando
cuerpos sin vida, son los encargados del cadáver desde que lo recogen ya sea en
un hospital o en una casa, hasta su destino final, el cementerio. Es como si un
cadáver fuera ese tesoro precioso, ese niño del cual se es responsable y debes cuidar que no le pase absolutamente nada hasta que no llegue su madre.
Entonces, bastante intrigada le pregunté;
- A qué se refiere con hacer de todo un poco.
Y el con sus manos entrelazadas y una mirada
bastante fija me dijo:
- nosotros no solo manejamos el coche
fúnebre, también somos los encargados de hacer la preparación del cadáver,
adecuar la sala, estar pendiente de las necesidades de quienes se encuentran
allí; acomodar los ramos, buscar atriles para colocar fotografías y de embalsamar los cuerpos.
-¿Embalsamar? Repetí asombrada.
-Sí, hacer la preparación del cuerpo, (me
respondió muy tranquilamente). Osea, aplicarle los químicos o formol para
preservar el cuerpo durante la velación, para que no huela a feo, para que no
tenga cambios drásticos. Es quizás lo más complicado de nuestra labor por la
responsabilidad que requiere, (afirmo muy serio).
-Le voy a explicar mejor, (me dijo con un tono
más de confianza, tal vez por ver la cara de asombro que tenía)
- Nuestra labor comienza desde que entramos a
la morgue a reconocer el cuerpo con un familiar y de ahí recogerlo de
los mesones, inmediatamente lo llevamos al laboratorio porque un cadáver sin
formol se descompone en cuestión de horas y allí lo embalsamamos, esto consiste
en buscar una vena para drenarle toda la
sangre y luego se busca la arteria para inyectarle el formol, posteriormente
pasamos a hacerles la asepsia lo cual se refiere a bañarlos y vestirlos por último, maquillarlos, todo esto buscando darles un
aspecto de color natural, y para ello se busca un familiar quien nos pueda relatar cómo era la persona en vida, qué cosas
se aplicaba en la cara, etc. Y por último colocamos el cuerpo en el cofre y lo
subimos al oratorio para que la familia lo observe y dé el visto
bueno, o si hay que cambiarle algo. Ya que la misión principal de nosotros es presentar el cadáver lo más natural
posible, lo más similar a estar dormido, que no vaya quedar mal presentado, o
drenando por ninguna parte.
Yo estaba atónita, mis ojos estaban a punto
de estallar, este hombre relato todo lo anterior en menos de dos minutos con
toda la naturalidad del mundo, me sorprendía mucho la tranquilidad con la que
relataba cómo era el lidiar con un cadáver, era muy notorio que para él su
oficio era completamente normal, como cualquier otro, parecía que me estuviera
hablando sobre cómo cocinar un buen
pollo.
Tal vez al ver mi admiración ante su relato
me dice:
-Claro está que solo embalsamamos cuerpos de
muertes naturales, porque lo que son suicidios, accidentes o asesinatos se
encarga medicina legal y nosotros solo los vestimos y maquillamos.
Mientras él me hablaba yo pensaba, como si fuera nada maquillar y vestir a alguien
de una muerte violenta. Pero eso debe
ser peor. Le dije.
Y él movió su cabeza para lado y lado.
- sí, los servicios que se prestan a
cadáveres de muertes violentas a veces logran ser complicados porque es lidiar
con caras totalmente destrozadas, que toca en el funeral cerrarlos y no dejar
verlos. Solo el familiar más fuerte lo abre para verificar que efectivamente el
que está en velación si es esa persona que le estamos entregando y se cierra el cofre y no se vuelve abrir
más.
Definitivamente a este hombre parecía no
impresionarle nada, si no lo hubiera visto manejar la carrosa fúnebre, creería
que es el encargado de la parte administrativa del lugar o algo así.
- También nos encargamos de todo el cortejo
fúnebre que consiste en llevar el cuerpo a la iglesia y de allí hasta el
cementerio o la cremación. Eso con el coche fúnebre, porque con las otras
camionetas que se conocen como “necromobil” solo son para recoger los cuerpos
en bandejas, estos son totalmente diferentes ya que son vehículos herméticos
los cuales no permiten que pasen olores a las personas que vamos adelante,
mejor dicho cada carro tiene su adecuación.
Con el afán de querer buscar algo que a este
sujeto le impresionara porque me tenía perpleja con la normalidad que se
refería a una persona que sabes que ya es un cadáver, saber que lo que está ahí
pensó y sintió como usted. Entonces no dudo en preguntarle.
-¿Qué es lo que considera más complejo de todo
su oficio?
Y él por fin con una cara de asombro me dice:
-Lo más difícil es tener que embalsamar
bebes, niños, es muy conmovedor porque tengo dos hijos, y se me eriza la piel
de imaginarlos en una bandeja sobre un mesón.
-Bueno pero supongo que eso es algo poco
común, le dije al ver que efectivamente el tema le conmovía.
-Pues sí, en el mes más o menos arreglamos
entre diez y doce niños.
- ¿doce? Y le parece poco, menos mal que le
conmueve el asunto, pensé.
-Pues sí, realmente es poco, comparado a lo
que se llega a arreglar en un mes. Lo difícil de este oficio es solo cuando se está comenzando. (Me miro con mucha calidez, se notaba que ya
se sentía un poco más libre para hablar).
-Al comienzo sí es muy duro, porque escuchas
ruidos por todas partes, sientes que te tocan, entran oleadas de aire fuertes
en los mesones donde arreglamos los cadáveres, mejor dicho te asustas hasta con
tu sombra. A mí por lo menos me daba muy duro porque no sabía ni cómo cogerlos,
además una persona después de muerta
pesa mucho y más si fue en condiciones violentas porque todo se contrae mucho
más. Yo estuve apunto de renunciar, (me dijo con una voz muy familiar, me
parecía mentira estar hablando de esta manera con una persona que había acabado
de conocer unos minutos atrás).
- De renunciar, hace cuánto, ¿porqué? Le
pregunté con mucha curiosidad.
- Porque recuerdo que
recién empecé en repetidas ocasiones, en los turnos de la madrugada, cuando
terminaba de arreglar cuerpos y subía para llevarlos a las salas de velación,
veía pasar una abuelita metiéndose a una de las salas, yo salía apresurado a
mirar porque a esa hora a ningún familiar se le permite entrar y nunca vi nada,
eso fue como unas tres veces, los compañeros no me creían porque en las cámaras
no se veía nada, decían que era producto del sueño, pero no, en este trabajo
nunca le da a uno sueño, ya se imaginará por qué.
-Ya lo creo, le dije asintiendo con la
cabeza, pero bueno, hablas de eso cómo algo superado, ay algo que actualmente
le parezca anormal de lo que hace.
-Esto es como cualquier trabajo, lo único es
que uno llega a la casa con muchas ganas
de bañarse, de lavarse todo.
La conversación era muy intrigante porque yo
cada vez quería saber más y más, tal vez porque este hombre me estaba hablando
de cosas que yo jamás me había imaginado. Con la curiosidad de que me contará
que era lo que menos le gustaba de su trabajo y al ver que ya había entrado un
poco más en confianza le dije.
-Dice que lleva ocho años trabajando acá,
quizás por eso ya no le sorprende lo que hace, pero sí debe haber algo que no
le guste, que le moleste.
- Por fortuna yo estoy en una buena funeraria
porque las pocas veces que me ha tocado asistir servicios de gente de casos recursos me logra molestar
bastante.
Me
causó gran curiosidad lo que este hombre acababa de comentar así que no dude en
preguntarle por qué.
- La gente de estratos bajos arma gritería,
una lloradera exagerada, aparte viene mucha mucha gente y todas con el afán de
mirar cómo quedo el muerto, si quedo
hinchado, si quedo morado, si quedo gordo, si quedo parecido, dicen; ay no, así
no era él, él no tenía esa ralla, quedo muy blanco, mejor dicho les importa
todo menos la muerte del supuesto ser querido, es una criticadera total.
Se le notaba que en realidad le molestaba por
la cara de fastidio con que contaba las cosas.
-Y eso no es todo, dijo. Vienen y se le echan
encima al cofre, le pegan al ataúd, parten el vidrio, lo abren que para meterle
esto, que para sacarle aquello. Es todo un espectáculo. Mientras que un
servicio que se le presta a una familiar
de estrato alto, ni siquiera abren la tapa,
viene muy poca gente, se ven ramos y más ramos y no vienen a mirar el cuerpo,
le dan el pésame a la familia y por la misma salen.
Aquello que este hombre acababa de contarme
me impacto muchísimo porque me parecía increíble que aunque como decía el sacerdote
de mi barrio “uno nunca ve un entierro con trasteo” queriendo ilustrar que uno
se moría y nada se llevaba, parece que hasta en los funerales el dolor se vive
de acuerdo al estrato. En medio de mi asombro vi que debía terminar nuestra
conversación porque estaban llamando al hombre con el que ya llevaba un tiempo
conversando, quise cerrar nuestra charla, preguntándole qué era lo que más le
había impactado en esos ocho años de servicio para la funeraria en la que
trabajaba, y vaya sorpresa lo que me respondió:
-Pues lo más tremendo fue cuando se murió mi
abuela, porque yo fui quien la arreglé, le hice toda la tanatopraxia que es
como técnicamente se le llama a todo lo que le conté al principio. Al momento
de hacerlo fue muy normal, traté de dejarla muy linda, pero a los dos días de
haberla enterrado me dio durisimo y entré en un duelo tenaz.
-Este trabajo hay que saberlo manejar, (me dijo
como quien empieza hablar ya despidiéndose). Porque de tanto ver gente llorar,
de escuchar gritos, de arreglar tantos cadáveres diariamente, usted no puede
dejar que eso le afecte porque si no se enloquece; porque va a cargar con el
dolor de todo el mundo y se va a empezar a sicociar de que se va a morir, y eso
no puede pasar porque se me va afectar mi tranquilidad. Hay días en los que uno se cansa por la cantidad
de cosas que hay que hacer, porque son turnos de trece horas, pero no por la
rutina, porque siempre hay que arreglar son personas diferentes, (me dijo con
una risa estremecedora).
Terminamos nuestra corta pero productiva
conversación con una confesión, la cual me demostró que efectivamente este sujeto
había entrado en confianza. Resulta que esta funeraria tiene un gran secreto y
es que la ley solo permite tener los laboratorios en donde se embalsaman los
cuerpos en los cementerios, y ésta en
donde trabaja este sujeto los tiene debajo de donde están las salas de velación. Así que mientras unos arriba lloran su familiar, otros abajo se encargan de
preparar uno nuevo que será llorado más tarde.
Me confesó que con ese trabajo él aprendió a valorar mucho más su vida y la de
sus seres queridos y aunque suene
contradictorio dice tenerle mucho más miedo a la muerte, supongo que será
porque en su cotidianidad la ve muy de cerca y gracias a ella trabaja diariamente.