lunes, 15 de abril de 2013

Quinta Crónica ( complemento de la Primera crónica y con imagenes)




Con la necesidad de indagar sobre el oficio de un conductor fúnebre, me encontraba a las afueras de un hospital esperando a un completo desconocido. Digo en un hospital porque, por más increíble que parezca, en la funeraria no se encontraba nadie que hiciera este oficio, todos estaban recogiendo cadáveres en diferentes partes de la ciudad. Recordé que siempre que pasaba por la urgencias de dicho lugar había un carro fúnebre afuera, por eso sin pensarlo dos veces decidí irme para allí, sin embargo, al querer hablar con alguien de profesión tan particular, fue inevitable imaginar una y otra vez su rechazo “en este momento no puedo”.  


En la salida, junto a mí, algunas personas lloraban amargamente, no sé si por el dolor de ver un familiar enfermo o porque al igual que yo esperaban al coche fúnebre, solo que ellas no estaban por el conductor, tal vez por un padre, un hijo o una esposa, por lo que fuera su llanto era perturbador. Al otro lado de la calle pasaban vehículos constantemente; un par de chivas con gente alicorada disfrutando de la noche de sábado, completamente enajenados del dolor de los que estaban a mi lado y del temor que sentía yo al estar ahí tan rodeada de gritos, heridos, muertos y algunos vivos que no dejaban de vigilar mi presencia en el lugar. Ya no podía soportar más del ambiente y estaba a punto de marcharme cuando por fin llegó el esperado sujeto en tan imponente carro, rápidamente me acerqué y  amablemente le pedí que me contestara un par de preguntas, él me miró como si yo estuviera bromeando al querer entablar una conversación en un espacio como ese. Sin embargo, al ver que yo estaba hablando muy enserio, me respondió:


 - Podríamos bajar hasta la funeraria para hablar con más tranquilidad.

Su respuesta me perturbó porque no comprendí si lo que pretendía era que me fuera con él hasta ese lugar o si me estaba invitando a alcanzarlo allá, por eso solo se me ocurrió preguntarle: ¿En una hora estará bien? Está perfecto, me dijo.

 Bajé hasta la funeraria, a 15 cuadras del hospital, mientras caminaba pensaba una y otra vez cómo le hablaría para no parecerle extraña. Llegué al lugar y efectivamente allí estaba el hombre, yo lo miré y él se acercó diciéndome:
 
-Cuénteme señorita, ¿qué es lo que desea saber?


Su rostro era delgado, bastante pálido, de tanto llevar muertos empezaba a lucir como uno de sus acostumbrados pasajeros. Un bigote negro y espeso me impedía ver algunos gestos de su boca, su traje muy elegante, como de esos que luce la gente cuando va para fiestas. 


-Trataré de no quitarle mucho tiempo, solo quisiera que me comentara un poco sobre su oficio. (Tanto que pensé por el camino y solo eso fui capaz de decir eso).


Bueno, aquí nos conocen como “los asistentes de servicio”, porque cada funeraria nos denomina distinto.


Me llevé una gran sorpresa cuando el hombre afirmó: La función de nosotros es hacer de todo un poco. Porque siempre había imaginado que estas personas solo se encargaban de manejar el cortejo fúnebre y en el resto de tiempo estarían a la espera que les avisaran a dónde ir a recoger un nuevo cuerpo, pero resultó ser diferente. 


El hombre estaba muy inquieto con mi presencia, tuve que repetirle una y otra vez que era una persona común y corriente, que no estaría comprometido con nada de lo que me contara. Al parecer solo le preguntaban sobre su oficio representantes de entidades de salud o de controles de calidad, y por eso tenía miedo de ser imprudente con sus afirmaciones, porque dice que su oficio es bastante reservado y competitivo. Al final de la conversación comprendí porqué estaba tan nervioso.              
         
Resulta que estos hombres, que aparentemente solo manejan un vehículo transportando cuerpos sin vida, son los encargados del cadáver desde que lo recogen ya sea en un hospital o en una casa, hasta su destino final, el cementerio.


Bastante intrigada le pregunté: - ¿A qué se refiere con hacer de todo un poco?


Y él con sus manos entrelazadas y una mirada bastante fija me dijo:


- Nosotros no solo manejamos el coche fúnebre, también somos los encargados de hacer la preparación del cadáver, adecuar la sala, estar pendiente de las necesidades de quienes se encuentran allí; acomodar los ramos, buscar atriles para colocar  fotografías y  de embalsamar los cuerpos.


-¿Embalsamar?  Repetí asombrada. 


-Sí, hacer la preparación del cuerpo, (me respondió muy tranquilamente) Es decir, aplicarle los químicos o formol para preservarlo durante la velación, para que no huela a feo, para que no tenga cambios drásticos. Es quizás lo más complicado de nuestra labor por la responsabilidad que requiere, afirmo muy serio.




Le voy a explicar mejor, (me dijo con un tono más de confianza, tal vez por ver la cara de asombro que tenía) Nuestra labor comienza desde que entramos a la morgue a reconocer el cuerpo con un familiar para recogerlo de los mesones, inmediatamente lo llevamos al laboratorio porque un cadáver sin formol se descompone en cuestión de horas y allí lo embalsamamos. Esto consiste en buscar una vena para drenarle toda la sangre y luego se busca la arteria para inyectarle el formol. Posteriormente, pasamos a hacerle la asepsia lo cual se refiere a bañarlo, vestirlo y maquillarlo todo esto, buscando darle un aspecto de color natural, y para ello se busca un familiar quien nos pueda relatar cómo era la persona en vida, qué cosas se aplicaba en la cara, etc. Y por último, colocamos el cuerpo en el cofre y lo subimos al oratorio para que la familia lo observe y dé el visto bueno, o si hay que cambiarle algo. Ya que la misión principal de nosotros es presentar el cadáver lo más natural posible, lo más similar a estar dormido, que no vaya quedar mal presentado, o drenando por ninguna parte.


Yo estaba atónita, mis ojos estaban a punto de estallar, este hombre me relato en menos de dos minutos cómo era el lidiar con un cadáver. Bastante notorio que para él su oficio era completamente normal, como cualquier otro, parecía que me estuviera hablando sobre cómo cocinar un buen pollo.


Tal vez al ver mi admiración ante su relato me dice;


-Claro está que solo embalsamamos cuerpos de muertes naturales, porque lo que son suicidios, accidentes o asesinatos se encarga medicina legal y nosotros solo los vestimos y maquillamos. 


(Como si fuera nada maquillar y vestir a alguien de una muerte violenta, pensé)           


-Los servicios que se prestan a cadáveres de muertes violentas a veces logran ser complicados porque es lidiar con caras totalmente destrozadas, que toca en el funeral cerrarlos y no dejar verlos. Solo el familiar más fuerte lo abre para verificar que efectivamente el que está en velación sí es la persona que le estamos entregando y se cierra el cofre y no se vuelve abrir jamás.       


                                                           

Definitivamente a este hombre parecía no impresionarle nada, si no lo hubiera visto manejar la carrosa fúnebre, creería que es el encargado de la parte administrativa del lugar o algo así.


- También nos encargamos de todo el cortejo fúnebre que consiste en llevar el cuerpo a la iglesia y de allí hasta el cementerio o la cremación. Eso con el coche fúnebre, porque con las otras camionetas que se conocen como “necromobil” solo son para recoger los cuerpos en bandejas. Estos son totalmente diferentes ya que son vehículos herméticos los cuales no permiten que pasen olores a las personas que vamos adelante, mejor dicho cada carro tiene su adecuación.




-¿Qué es lo que considera más complejo de todo su oficio?  Y él por fin con una cara de asombro me dice:


-Lo más difícil es tener que embalsamar bebes, niños, es muy conmovedor porque tengo dos hijos, y se me eriza la piel de imaginarlos en una bandeja sobre un mesón.


-Bueno pero supongo que eso es algo poco común -le dije al ver que efectivamente le conmovía el tema-


-Pues sí, en el mes más o menos arreglamos entre diez y doce niños. ¿Doce? Y le parece poco, menos mal que le conmueve el asunto, pensé.


-Pues sí, realmente es poco, comparado a lo que se llega a arreglar en un mes. Lo difícil de este oficio es solo cuando se está comenzando. (Me miro con mucha calidez, se notaba que ya se sentía un poco más libre para hablar).


-Al comienzo fue muy duro, porque escuchaba ruidos por todas partes, sentía que me tocaban, y como entran oleadas de aire muy fuertes a los mesones donde arreglamos los cadáveres, mejor dicho uno se asusta hasta con la sombra. A mí por lo menos me dio muy duro porque no sabía ni cómo cogerlos, además una persona después de muerta pesa demasiado y más si fue en condiciones violentas porque todo se contrae mucho más.                                                          Yo estuve a punto de renunciar - me dijo con una voz muy familiar- parecía mentira estar hablando de esta manera con una persona que había acabado de conocer unos minutos atrás. 


- ¿De renunciar, hace cuánto, por qué? 



-Porque recuerdo que recién empecé (en repetidas ocasiones, en los turnos de la madrugada) cuando terminaba de arreglar cuerpos y subía para llevarlos a las salas de velación, veía pasar una abuelita metiéndose a una de las salas, yo salía apresurado a mirar porque a esa hora a ningún familiar se le permite entrar y nunca vi nada. Eso fue como unas tres veces, los compañeros no me creían porque en las cámaras no se veía nada, decían que era producto del sueño, pero no, en este trabajo nunca le da a uno sueño, ya se imaginará por qué.


-Ya lo creo, -le dije asintiendo con la cabeza- Pero bueno, habla de eso cómo algo superado, actualmente existe algo que le parezca difícil de manejar.


-Esto es como cualquier trabajo, lo único es que uno llega a la casa con muchas ganas de bañarse, de lavarse todo.


La conversación era muy intrigante porque cada vez quería saber más y más, tal vez porque este hombre me estaba hablando de cosas que yo jamás me había imaginado, quería saber qué era lo que menos le gustaba de su trabajo y al ver que ya había entrado un poco más en confianza le dije:


-Dice que lleva ocho años trabajando acá, quizás por eso ya no le sorprende lo que hace, pero sí debe haber algo que no le guste, que le moleste.


- Por fortuna yo estoy en una buena funeraria porque las pocas veces que me ha tocado asistir servicios de personas de escasos recursos me logra molestar bastante. La gente de estratos bajos arma gritería, una lloradera exagerada. Aparte, viene mucha gente y todas con el afán de mirar cómo quedo el muerto,  si quedó hinchado, si quedó morado, si quedó gordo, si quedó parecido, dicen: ¡ay no! así no era él, él no tenía esa ralla, quedo muy blanco. Mejor dicho, les importa todo menos la muerte del supuesto ser querido, es una criticadera total.     
                                       

Se le notaba que en realidad le molestaba por la cara de fastidio con que contaba las cosas.


-Y eso no es todo –dijo-. Vienen y se le echan encima al cofre, le pegan al ataúd, parten el vidrio, lo abren que para meterle esto, que para sacarle aquello. Es todo un espectáculo. Mientras que un servicio que  se le presta a una familiar de estrato alto ni siquiera abren la  tapa, viene muy poca gente; se ven ramos y más ramos y no vienen a mirar el cuerpo, le dan el pésame a la familia y por la misma salen.

Como decía el sacerdote de mi barrio “uno nunca ve un entierro con trasteo” para ejemplificar que uno se moría y nada se llevaba. Parece que hasta en los funerales el dolor se vive de acuerdo al estrato. Vi que debía terminar nuestra conversación porque lo requerían en la sala de velación número 13, así quise cerrar nuestra charla preguntándole qué era lo que más le había impactado en esos ocho años de servicio para la funeraria en la que trabajaba, vaya sorpresa lo que me respondió:


-Pues lo más tremendo fue cuando se murió mi abuela, porque yo fui quien la arregló. Le hice toda la tanatopraxia que es como técnicamente se le llama a todo lo que le conté al principio. Al momento de hacerlo fue muy normal, traté de dejarla muy linda, pero a los dos días de haberla enterrado me dio durísimo y entré en un duelo tenaz.


Este trabajo hay que saberlo manejar, (me dijo como quien empieza a despedirse) Porque de tanto ver gente llorar, de escuchar gritos, de arreglar tantos cadáveres diariamente, termine enloqueciéndose; porque va a cargar con el dolor de todo el mundo y además vivirá con sicosis de que todos los días se va a morir. 


Hay días en los que uno se cansa por la cantidad de cosas que hay que hacer, porque son turnos de trece horas, pero no por la rutina, porque siempre hay que arreglar personas diferentes, (me dijo con una risa estremecedora)


Terminó la corta pero productiva conversación haciéndome una confesión la cual me demostró que efectivamente este sujeto había entrado en confianza. Resulta que esta funeraria tiene un gran secreto: La ley solo permite tener los laboratorios en donde se embalsaman los cuerpos en los cementerios, y ésta en donde trabaja este sujeto los tiene debajo de donde están las salas de velación. Así que mientras unos arriba lloran su familiar, otros abajo se encargan de preparar uno nuevo que será llorado más tarde.




Finalmente, me confesó que con ese trabajo aprendió a valorar mucho más su vida y la de sus seres queridos y aunque suene contradictorio le tiene mucho más miedo a la muerte. Supongo que será porque en su cotidianidad la ve muy de cerca y gracias a ella trabaja diariamente.