Con la necesidad
de indagar sobre el oficio de un conductor fúnebre, me encontraba a las afueras
de un hospital esperando a un completo desconocido. Digo en un hospital porque,
por más increíble que parezca, en la funeraria no se encontraba nadie que
hiciera este oficio, todos estaban recogiendo cadáveres en diferentes partes de
la ciudad. Recordé que siempre que pasaba por la urgencias de dicho lugar había
un carro fúnebre afuera, por eso sin pensarlo dos veces decidí irme para allí,
sin embargo, al querer hablar con alguien de profesión tan particular, fue
inevitable imaginar una y otra vez su rechazo “en este momento no puedo”.
En la salida,
junto a mí, algunas personas lloraban amargamente, no sé si por el dolor de ver
un familiar enfermo o porque al igual que yo esperaban al coche fúnebre, solo
que ellas no estaban por el conductor, tal vez por un padre, un hijo o una
esposa, por lo que fuera su llanto era perturbador. Al otro lado de la calle
pasaban vehículos constantemente; un par de chivas con gente alicorada
disfrutando de la noche de sábado, completamente enajenados del dolor de los
que estaban a mi lado y del temor que sentía yo al estar ahí tan rodeada de
gritos, heridos, muertos y algunos vivos que no dejaban de vigilar mi presencia
en el lugar. Ya no podía soportar más del ambiente y estaba a punto de
marcharme cuando por fin llegó el esperado sujeto en tan imponente carro, rápidamente
me acerqué y amablemente le pedí que me
contestara un par de preguntas, él me miró como si yo estuviera bromeando al querer
entablar una conversación en un espacio como ese. Sin embargo, al ver que yo
estaba hablando muy enserio, me respondió:
- Podríamos bajar hasta la funeraria para
hablar con más tranquilidad.
Bajé hasta la
funeraria, a 15 cuadras del hospital, mientras caminaba pensaba una y otra vez
cómo le hablaría para no parecerle extraña. Llegué al lugar y efectivamente
allí estaba el hombre, yo lo miré y él se acercó diciéndome:
-Cuénteme señorita,
¿qué es lo que desea saber?
Su rostro era delgado,
bastante pálido, de tanto llevar muertos empezaba a lucir como uno de sus
acostumbrados pasajeros. Un bigote negro y espeso me impedía ver algunos gestos
de su boca, su traje muy elegante, como de esos que luce la gente cuando va
para fiestas.
-Trataré de no
quitarle mucho tiempo, solo quisiera que me comentara un poco sobre su oficio. (Tanto
que pensé por el camino y solo eso fui capaz de decir eso).
Bueno, aquí nos
conocen como “los asistentes de servicio”, porque cada funeraria
nos denomina distinto.
Me llevé una gran
sorpresa cuando el hombre afirmó: La
función de nosotros es hacer de todo un poco. Porque siempre había
imaginado que estas personas solo se encargaban de manejar el cortejo fúnebre y
en el resto de tiempo estarían a la espera que les avisaran a dónde ir a recoger
un nuevo cuerpo, pero resultó ser diferente.
El hombre estaba
muy inquieto con mi presencia, tuve que repetirle una y otra vez que era una
persona común y corriente, que no estaría comprometido con nada de lo que me
contara. Al parecer solo le preguntaban sobre su oficio representantes de
entidades de salud o de controles de calidad, y por eso tenía miedo de ser
imprudente con sus afirmaciones, porque dice que su oficio es bastante
reservado y competitivo. Al final de la conversación comprendí porqué estaba
tan nervioso.
Resulta
que estos hombres, que aparentemente solo manejan un vehículo transportando
cuerpos sin vida, son los encargados del cadáver desde que lo recogen ya sea en
un hospital o en una casa, hasta su destino final, el cementerio.
Bastante intrigada
le pregunté: - ¿A qué se refiere con hacer de todo un poco?
Y él con sus manos
entrelazadas y una mirada bastante fija me dijo:
- Nosotros no solo
manejamos el coche fúnebre, también somos los encargados de hacer la
preparación del cadáver, adecuar la sala, estar pendiente de las necesidades de
quienes se encuentran allí; acomodar los ramos, buscar atriles para colocar fotografías y de embalsamar los cuerpos.
-¿Embalsamar? Repetí asombrada.
-Sí, hacer la
preparación del cuerpo, (me respondió muy tranquilamente) Es decir, aplicarle
los químicos o formol para preservarlo durante la velación, para que no huela a
feo, para que no tenga cambios drásticos. Es quizás lo más complicado de
nuestra labor por la responsabilidad que requiere, afirmo muy serio.
Le voy a explicar mejor, (me dijo con un tono más de
confianza, tal vez por ver la cara de asombro que tenía) Nuestra labor comienza
desde que entramos a la morgue a reconocer el cuerpo con un familiar para
recogerlo de los mesones, inmediatamente lo llevamos al laboratorio porque un
cadáver sin formol se descompone en cuestión de horas y allí lo embalsamamos. Esto
consiste en buscar una vena para drenarle toda la sangre y luego se busca la
arteria para inyectarle el formol. Posteriormente, pasamos a hacerle la asepsia
lo cual se refiere a bañarlo, vestirlo y maquillarlo todo esto, buscando darle
un aspecto de color natural, y para ello se busca un familiar quien nos pueda relatar
cómo era la persona en vida, qué cosas se aplicaba en la cara, etc. Y por
último, colocamos el cuerpo en el cofre y lo subimos al oratorio para que la
familia lo observe y dé el visto bueno, o si hay que cambiarle algo. Ya que la
misión principal de nosotros es presentar el cadáver lo más natural posible, lo
más similar a estar dormido, que no vaya quedar mal presentado, o drenando por
ninguna parte.
Yo estaba atónita,
mis ojos estaban a punto de estallar, este hombre me relato en menos de dos
minutos cómo era el lidiar con un cadáver. Bastante notorio que para él su
oficio era completamente normal, como cualquier otro, parecía que me estuviera
hablando sobre cómo cocinar un buen pollo.
Tal vez al ver mi
admiración ante su relato me dice;
-Claro está que
solo embalsamamos cuerpos de muertes naturales, porque lo que son suicidios,
accidentes o asesinatos se encarga medicina legal y nosotros solo los vestimos
y maquillamos.
(Como si fuera
nada maquillar y vestir a alguien de una muerte violenta, pensé)
-Los servicios que
se prestan a cadáveres de muertes violentas a veces logran ser complicados
porque es lidiar con caras totalmente destrozadas, que toca en el funeral cerrarlos
y no dejar verlos. Solo el familiar más fuerte lo abre para verificar que efectivamente
el que está en velación sí es la persona que le estamos entregando y se cierra
el cofre y no se vuelve abrir jamás.
Definitivamente a
este hombre parecía no impresionarle nada, si no lo hubiera visto manejar la
carrosa fúnebre, creería que es el encargado de la parte administrativa del
lugar o algo así.
- También nos
encargamos de todo el cortejo fúnebre que consiste en llevar el cuerpo a la
iglesia y de allí hasta el cementerio o la cremación. Eso con el coche fúnebre,
porque con las otras camionetas que se conocen como “necromobil” solo son para
recoger los cuerpos en bandejas. Estos son totalmente diferentes ya que son
vehículos herméticos los cuales no permiten que pasen olores a las personas que
vamos adelante, mejor dicho cada carro tiene su adecuación.
-¿Qué es lo que considera más complejo de todo su oficio? Y él por fin con una cara de asombro me dice:
-Lo más difícil es
tener que embalsamar bebes, niños, es muy conmovedor porque tengo dos hijos, y
se me eriza la piel de imaginarlos en una bandeja sobre un mesón.
-Bueno pero supongo
que eso es algo poco común -le dije al ver que efectivamente le conmovía el
tema-
-Pues sí, en el
mes más o menos arreglamos entre diez y doce niños. ¿Doce? Y le parece poco,
menos mal que le conmueve el asunto, pensé.
-Pues sí,
realmente es poco, comparado a lo que se llega a arreglar en un mes. Lo difícil
de este oficio es solo cuando se está comenzando. (Me miro con mucha calidez, se notaba que ya
se sentía un poco más libre para hablar).
-Al comienzo fue
muy duro, porque escuchaba ruidos por todas partes, sentía que me tocaban, y
como entran oleadas de aire muy fuertes a los mesones donde arreglamos los
cadáveres, mejor dicho uno se asusta hasta con la sombra. A mí por lo menos me
dio muy duro porque no sabía ni cómo cogerlos, además una persona después de
muerta pesa demasiado y más si fue en condiciones violentas porque todo se
contrae mucho más. Yo estuve a punto de renunciar - me dijo con una voz muy
familiar- parecía mentira estar hablando de esta manera con una persona que
había acabado de conocer unos minutos atrás.
- ¿De renunciar,
hace cuánto, por qué?
-Porque recuerdo
que recién empecé (en repetidas ocasiones, en los turnos de la madrugada) cuando
terminaba de arreglar cuerpos y subía para llevarlos a las salas de velación,
veía pasar una abuelita metiéndose a una de las salas, yo salía apresurado a
mirar porque a esa hora a ningún familiar se le permite entrar y nunca vi nada.
Eso fue como unas tres veces, los compañeros no me creían porque en las cámaras
no se veía nada, decían que era producto del sueño, pero no, en este trabajo
nunca le da a uno sueño, ya se imaginará por qué.
-Ya lo creo, -le
dije asintiendo con la cabeza- Pero bueno, habla de eso cómo algo superado, actualmente
existe algo que le parezca difícil de manejar.
-Esto es como
cualquier trabajo, lo único es que uno llega a la casa con muchas ganas de
bañarse, de lavarse todo.
La conversación
era muy intrigante porque cada vez quería saber más y más, tal vez porque este
hombre me estaba hablando de cosas que yo jamás me había imaginado, quería
saber qué era lo que menos le gustaba de su trabajo y al ver que ya había
entrado un poco más en confianza le dije:
-Dice que lleva
ocho años trabajando acá, quizás por eso ya no le sorprende lo que hace, pero
sí debe haber algo que no le guste, que le moleste.
- Por fortuna yo
estoy en una buena funeraria porque las pocas veces que me ha tocado asistir
servicios de personas de escasos recursos me logra molestar bastante. La gente
de estratos bajos arma gritería, una lloradera exagerada. Aparte, viene mucha gente
y todas con el afán de mirar cómo quedo el muerto, si quedó hinchado, si quedó morado, si quedó
gordo, si quedó parecido, dicen: ¡ay no! así no era él, él no tenía esa ralla,
quedo muy blanco. Mejor dicho, les importa todo menos la muerte del supuesto
ser querido, es una criticadera total.
Se le notaba que
en realidad le molestaba por la cara de fastidio con que contaba las cosas.
-Y eso no es todo
–dijo-. Vienen y se le echan encima al cofre, le pegan al ataúd, parten el
vidrio, lo abren que para meterle esto, que para sacarle aquello. Es todo un
espectáculo. Mientras que un servicio que se le presta a una familiar de estrato alto ni
siquiera abren la tapa, viene muy poca
gente; se ven ramos y más ramos y no vienen a mirar el cuerpo, le dan el pésame
a la familia y por la misma salen.
Como decía el
sacerdote de mi barrio “uno nunca ve un entierro con trasteo” para ejemplificar
que uno se moría y nada se llevaba. Parece que hasta en los funerales el dolor
se vive de acuerdo al estrato. Vi que debía terminar nuestra conversación
porque lo requerían en la sala de velación número 13, así quise cerrar nuestra
charla preguntándole qué era lo que más le había impactado en esos ocho años de
servicio para la funeraria en la que trabajaba, vaya sorpresa lo que me
respondió:
-Pues lo más
tremendo fue cuando se murió mi abuela, porque yo fui quien la arregló. Le hice
toda la tanatopraxia que es como técnicamente se le llama a todo lo que le
conté al principio. Al momento de hacerlo fue muy normal, traté de dejarla muy
linda, pero a los dos días de haberla enterrado me dio durísimo y entré en un
duelo tenaz.
Este trabajo hay
que saberlo manejar, (me dijo como quien empieza a despedirse) Porque de tanto
ver gente llorar, de escuchar gritos, de arreglar tantos cadáveres diariamente,
termine enloqueciéndose; porque va a cargar con el dolor de todo el mundo y
además vivirá con sicosis de que todos los días se va a morir.
Hay días en los
que uno se cansa por la cantidad de cosas que hay que hacer, porque son turnos
de trece horas, pero no por la rutina, porque siempre hay que arreglar personas
diferentes, (me dijo con una risa estremecedora)
Terminó la corta
pero productiva conversación haciéndome una confesión la cual me demostró que
efectivamente este sujeto había entrado en confianza. Resulta que esta funeraria
tiene un gran secreto: La ley solo permite tener los laboratorios en donde se embalsaman
los cuerpos en los cementerios, y ésta en donde trabaja este sujeto los tiene
debajo de donde están las salas de velación. Así que mientras unos arriba
lloran su familiar, otros abajo se encargan de preparar uno nuevo que será
llorado más tarde.
Finalmente, me
confesó que con ese trabajo aprendió a valorar mucho más su vida y la de sus
seres queridos y aunque suene contradictorio le tiene mucho más miedo a la
muerte. Supongo que será porque en su cotidianidad la ve muy de cerca y gracias
a ella trabaja diariamente.